Con la muerte del Papa Francisco, se activa uno de los procesos más solemnes y herméticos de la Iglesia Católica: el cónclave papal. Desde hace siglos, esta tradición define al nuevo pontífice mediante un ritual cuidadosamente regulado, cargado de simbolismo y secretismo absoluto.

El ritual del secreto: ¿Cómo funciona el cónclave?
El cónclave, del latín cum clave (“con llave”), remite a la clausura estricta de los cardenales electores en la Capilla Sixtina. Aislados de cualquier contacto exterior, renuncian a teléfonos, prensa y televisión para evitar influencias externas. El Camarlengo supervisa que no existan dispositivos de espionaje en el recinto.
El proceso inicia entre 15 y 20 días tras la “sede vacante”. Los cardenales menores de 80 años pronuncian un juramento de silencio y depositan su voto en una urna especial. Para que haya papa, se requieren dos tercios de los votos. Si no hay acuerdo, las papeletas se queman y el humo negro indica que no hay decisión. Solo con humo blanco se anuncia que hay un nuevo pontífice.
De la tradición a la elección: lo que marca este 2025
Cada elección papal también guarda anécdotas curiosas. Desde los techos removidos en el siglo XIII para acelerar la votación, hasta los problemas de humo del cónclave de Benedicto XVI. Sin embargo, más allá de lo anecdótico, se mantiene el espíritu: evitar presiones políticas y garantizar una decisión divina.
Este año participan 135 cardenales electores de un total de 252, reflejo de una Iglesia más global. La Casa Santa Marta donde se alojan los cardenales, reformada por Juan Pablo II, ofrece condiciones dignas para la reflexión espiritual.
El cónclave no es solo una elección: es un ejercicio de fe, tradición y política eclesiástica. En un mundo hiperconectado, la Iglesia conserva este mecanismo reservado, recordando que su liderazgo espiritual no nace de campañas, sino de votos y oración. El humo blanco que surja en los próximos días será, más que un anuncio, un mensaje al mundo: el Vaticano continúa su historia.