La celebración que se transformó en alerta global
El 22 de abril no es solo una fecha simbólica: es un recordatorio de que el equilibrio ambiental pende de un hilo. En su 50° aniversario, el Día de la Tierra llega con un mensaje contundente: el tiempo para actuar se agota. La ONU ha advertido que restaurar ecosistemas no solo preserva la biodiversidad, sino que también combate la pobreza y mitiga los efectos del cambio climático.
Las cifras son alarmantes. Más de 3,800 millones de personas carecen del Mínimo de Energía Moderna (MEM), mientras el planeta avanza hacia un aumento de 3 °C, según el IPCC, superando el límite seguro de 1,5 °C fijado en los Acuerdos de París. Esta diferencia puede significar la desaparición total de los arrecifes de coral y decenas de millones expuestos a inundaciones.
Apuesta colectiva o punto de no retorno
Las metas son claras, aunque ambiciosas: recortar un 45% de las emisiones de CO₂ antes de 2030, alcanzar un 85% de electricidad renovable en 2050, y promover un cambio drástico en los hábitos de consumo. Según Earth Day Network, la generación renovable debería triplicarse para evitar el colapso ambiental.
El lema de este año, “El futuro depende de las acciones que tomemos ahora”, no es retórica. Es una llamada a la corresponsabilidad. Desde gobiernos hasta individuos, todos tenemos un papel clave. Acciones cotidianas como reducir el consumo de carne, aislar mejor las viviendas o usar transporte público ya no son opcionales, sino urgentes.
Este Día de la Tierra plantea una elección histórica: seguir ignorando los límites del planeta o implementar transformaciones profundas. El umbral de 1,5 °C no es una meta aspiracional, sino una línea roja. Cruzarla es condenar a millones a la inseguridad climática. Si el mundo no cambia su rumbo, el 22 de abril dejará de ser una fecha para celebrar y se convertirá en una elegía anticipada.
